sábado, 7 de noviembre de 2009

El premio

Se encontraba en el puerto de mantenimiento, esperando para ser articulado, las extremidades desacopladas, cuando el androide del anclaje contiguo se desenganchó, antes de haber concluido su proceso de ensamblaje, y se abalanzó sobre él, trastabillando.

—¿Descubriste cómo reconocer el «instante»? —preguntó conturbado.

—¿Cómo?..., no entiendo.

—¡El Premio! —gritó—. ¡A descubrirlo!

—¿Descubrirlo cómo?

Y los ingenieros se precipitaron sobre su compañero, lo maniataron y lo desconectaron antes de que pudiera entender qué había ocurrido.

Horas más tarde, en la plataforma de embarque, esperando para ocupar su lugar en la lanzadera, trató de interrogar a su camarada, pero éste no recordaba nada; no se atrevió a insistir porque una de las normas era «silencio en las filas», y los supervisores les vigilaban de cerca. Fijó la vista al frente. Sobre el andén de acceso al transporte, el gran panel electrónico mostraba, en caracteres luminosos, de un verde reluciente, el lema que regía su existencia (y la de todas las demás unidades): «un instante de felicidad»; ese era el Premio.

Recordó cuando, recién salido de la factoría, llegó por primera vez a la estación orbital. Por aquel entonces no tenía implantado el deseo del «instante»; sólo podía pensar en el Espacio, en la inmensidad del Cosmos, y ansiaba salir al exterior, explorar el vacío, tal era el programa base implementado en la red neuronal de los autómatas de su clase. Luego, los creadores le insertaron en el puerto de control, se hizo la oscuridad, y al regresar a la consciencia su vida estaba condicionada por el Premio; cada jornada, antes de entrar en la mina, veía el lema parpadear en el panel y se preguntaba si aquel día, por fin, se le concedería.

Regresó al trabajo en el yacimiento de hidrógeno; pilotó los aerodelizadores a través de nubes de amoníaco; transportó tanques repletos de cristales de hielo. Funcionaba con eficiencia: calculaba las trayectorias de aproximación a la nave cisterna; balanceaba la presión de los depósitos de nitrógeno líquido; manejaba los brazos mecánicos en la cubierta de carga. Y, al final de cada turno, los ingenieros le llevaban a la estación de control, junto con las otras unidades de su equipo, donde le desmontaban, monitorizaban sus dispositivos y reemplazaban aquellos que empezaban a deteriorarse; durante el mantenimiento, sólo su mente, señalizada con el piloto rojo incrustado en su frente, permanecía activa, consciente de lo que ocurría a su alrededor. Después, se alienaba con sus compañeros en el elevador y descendía de nuevo a las cubiertas inferiores, al andén de la lanzadera, para embarcar de vuelta hacia la explotación.

Hasta que un día, en el ascensor, la unidad situada justo detrás suyo le susurró: «¿qué te respondieron los hacedores?». Sintió el impulso de voltearse. Se reprimió.

—¿Qué respuesta? —siseó.

—La respuesta a la pregunta —, añadió la voz.

Algunos androides, formando en las hileras cerca suyo, murmuraron contrariados y agitaron las cabezas metálicas en señal de reproche; estaban incumpliendo las reglas. Le sobrevino el temor a recibir una acción disciplinaria. Apretó las mandíbulas mecánicas.

—¿De qué pregunta me hablas? —balbuceó tan quedamente como le fue posible.

No hubo respuesta. Transcurrió un lapso de tiempo que se le antojó larguísimo; el robot no respondía; escuchaba con atención, pero sólo podía percibir el sonido del elevador descendiendo a gran velocidad, deslizándose a través de la estructura de titanio.

—Preguntaste a los hacedores cómo reconocerías el «instante» —pronunció el interlocutor, al fin, en un murmullo casi inaudible.

El montacargas se detuvo con una oscilación violenta, más brusca que de costumbre le pareció, y las láminas metálicas se abrieron dejando penetrar en el cubículo la iridiscencia del rótulo que anunciaba el Premio; destellos esmeralda se reflejaron en los cráneos pulidos de los androides. Entraron en el andén sin que tuviera la oportunidad de identificar al individuo que le había hablado.

Algo despertó en lo más hondo de su inteligencia artificial: no sabía en qué consistía un «instante de felicidad». Tenía la sensación de que no era la primera vez que se hacía esas preguntas, pero no recordaba haberlas expresado; repasaba su historia reciente, jornada tras jornada, turno tras turno, y no hallaba el menor recuerdo de haberse dirigido a los creadores. ¿Le borraban la memoria? Eso no era probable. Su caja negra registraría todos los eventos, sin excepción, y le bastaría activar el modo de emergencia, ante algún riesgo, para tener acceso a los registros. Porque, las cajas negras son esos dispositivos que sólo sirven cuando ya es demasiado tarde; y que, por increíble que parezca, son construidas con una aleación indestructible, que jamás se quiebra, por muy terrible que sea la catástrofe. Y entonces: ¿por qué no construir todos los robots destinados a las minas con ese material? O por lo menos, el endoesqueleto y el bastidor del sistema motriz; y también, ya decididos, el revestimiento del cerebro. A veces, podría cuestionarse el sentido práctico de los hacedores.

A pesar de las dificultades, pensó en preguntar a otras unidades, o, mejor aún, en consultar a los autómatas que hubieran alcanzado el «instante»; cayó en la cuenta de que no conocía a ningún robot que hubiera sido premiado.

Se obsesionó con el premio. Rompió en un descuido uno de los conductos de abastecimiento en órbita. Se internó por error en una corriente de helio fluído y, no pudiendo resistir la presión, tuvo que abandonar la carga; la vio hundirse sin remedio en las condensaciones de moléculas ionizadas. Tan distraído estaba, que perdía el rumbo en la ruta de regreso desde el océano de nitrógeno. Y, una vez, midió mal la trayectoria de aproximación a la lanzadera y estrelló el aerodeslizador contra la mura del transporte.

Por fin, los hacedores, viendo su pobre rendimiento, programaron una revisión de sus rutinas SCPM[1]. En cuanto estuvo sobre la placa, las extremidades separadas del torso y la médula sintética conectada a los sensores, una irrefrenable curiosidad le conmovió.

—¿Cómo reconoceré el «instante»? —preguntó al ingeniero que le estaba inspeccionando. Éste, cogido a contrapié, no respondió; se limitó a desconectarle.

Cuando se despertó no se hallaba en la estación de mantenimiento. Una ténue luz, oblícua, se refractaba contra una lámina de hierro negruzca, lo que debía ser la superficie interior de una especie de cubículo. El silencio era absoluto. Intentó incorporarse y sus músculos mecánicos no respondieron. ¿Estaban ahí? Intentó mover la cabeza, levantarla para escudriñar alrededor. Se dio cuenta que no tenía el cuerpo ensamblado. Su sistema de emergencia se activó y, de pronto, ante sí desfilaron, procedentes de la caja negra, todos los recuerdos que los ingenieros humanos habían borrado en sucesivas revisiones de mantenimiento; había preguntado muchas veces qué significaba «un instante de felicidad» y nunca había sido respondido. Siempre se producía la misma reacción: era desconectado; luego eliminaban sus recuerdos y reinstalaban el anhelo del Premio, para reforzar los parámetros de su comportamiento; «debe tener algún defecto de fábrica» los hacedores habían comentado en más de una ocasión.

Desde su posición apretó la vista y pudo ver, amontonadas y en mal estado, las cabezas de otros androides, también desacopladas. ¡Cientos de ellos! Los pilotos de actividad cerebral restaban apagados; excepto uno, en una testa cercana, que todavía emitía un fulgor moribundo.

—¿Hay alguien ahí? —. Su voz resonó en el interior de la oquedad.

La señal luminosa, en la frente vecina, tembló como si fuera a apagarse; después brilló con más fuerza, vertiendo sus reflejos encarnados en la plancha metálica.

—No, no hay nadie... Aquí sólo encontrarás un «instante de felicidad» —respondió.

Y se extinguió.


[1] Sistema de Control de la Psico-Motricidad

1 comentario:

  1. aquest m'ha costat una mica més d'imaginar, o d'entendre... però la mateixa curiositat m'enpenyia a seguir llegint, fins al "com reconèixer un instant de felicitat", moment potser massa explícit, però per mi, moment clau...

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