martes, 26 de mayo de 2009

Aula 401

Los sábados por la mañana, sobre las diez, en Ciutat Vella, en un reducto de suelos ajedrezados y olor a rancio conservadurismo, un grupo de individualistas nostálgicos y ligeramente románticos, según el eneagrama de las nueve personalidades, nos reunimos para compartir una inquietud un tanto diferente: la de escribir; o mejor dicho, la de aprender a escribir (aunque algunos de nosotros, realmente, no lo necesitan).

Formamos un elenco de lo más variado, heterogéneo en el sentido más estricto de la palabra y, cada cual a su manera, tratamos de obtener del curso eso que nos hace falta para convertirnos en hacedores de historias y no en meros consumidores, faceta en la cual vamos sobrados. Somos doce en total: Encarna, con sus rizos blancos, es el alma más inquieta del grupo, escribe desde las tripas y tiene tanto que contar, una vida tan auténtica, que apenas necesita la ficción; Mercé es pelirroja y esboza siempre una sonrisa de azucarada bondad, pero sus escritos y su mirada clara, ambas ligeramente perversas, denotan una inteligencia despierta y sutil; Patricia es maestra en el ritmo ágil y la ironía más sofisticada, especialmente cuando la historia trata el tema de los celos, sólo ella es capaz de condensar en unas cuantas líneas lo que los demás tardamos páginas en contar; Rosaura declaró, el primer día, que su especialidad era escribir sobre el Amor, y para su sorpresa, ha descubierto que una potente novelista de intriga dormía en su interior, una criatura ¡sedienta de sangre!; Isabel es fan incondicional de Marías (y también de los Quiz de Facebook) y sus relatos siempre versan sobre lo que pudo ser y no fue, o quizá nunca debiera haberse planteado que pudiera ser, porque si hubiera sido, tampoco habría tenido demasiada importancia; Sergio es ya un escritor consumado, cuatro novelas finalizadas le contemplan, y su mente bulle con nuevas ideas transgresoras, insólitas, sorprendentes, historias nunca antes contadas; Óscar es el Caballero Negro, sus cuentos se perfilan con sombras profundas y luces tan blancas que son imposibles de enfrentar, paisajes perdidos en el corazón de la Gran Depresión americana, salpicados de violencia y misterio; Desirée es la Mujer de Rojo, especialista en erotismo, su estampa recuerda el glamour del Kitkat Club en el Berlin de los años treinta, si fumara, lo haría con una larga boquilla encarnada; Neus es la amante de la Serenísima, en cuanto puede transporta a sus personajes a la ciudad eterna y les manda deambular sin rumbo por calles, canales y plazas, algún día escribirá cómo se pierde el amor y nos conmoverá a todos; Pilar es la hormiga hacendosa de la camarilla, discreta, sencilla, disciplinada, su proyecto, aunque no lo sabe, es la más difícil de las empresas: hacernos sonreír; y luego está Franco, nuestro abanderado, durante muchos meses le creímos especialista en el tono hasta que nos regaló una historia que es más una poesía que una narración, ahora sabemos que es maestro en todo; y por último estoy yo, Pere, el freak de la clase, con mis enormes gafas de pasta, mi tendencia obsesiva a los androides y a los organismos cibernéticos, milito en la LDPC (Liga para la Defensa del Punto y Coma) y veo la escritura como una ocasión para explorar aquellas realidades que sólo se pueden imaginar. Todos nosotros, el grupo, compartimos las mañanas de los sábados, en el Aula 401.

Pero no podía terminar sin mencionar a la número trece, referencia que nada tiene que ver con la serie televisiva Dr. House; ella es Patricia, nuestra profesora. Con mucha paciencia y un botellín de agua nos va guiando en nuestros, para algunos, primeros pasos, siempre con mucho tacto y con mayor minuciosidad; las impresiones de nuestros ejercicios, las que utiliza para las correcciones, están tan llenas de anotaciones, subrayados y marcas en los márgenes, que en ocasiones hay más líneas de su puño y letra que caracteres impresos. Repetidas veces nos ha confesado que no tiene ambición de escribir y, en consecuencia, que no puede acompañarnos en el viaje del escritor, sin embargo, sin su ayuda, muy pocos de nuestros sueños hubieran superado el mes de diciembre.

Nos vemos el sábado; a las diez.

Throm