viernes, 5 de junio de 2009

Profesor y crítico

Yo no quería, de verdad, nadie me cree, pero es cierto... No me gusta esa actitud de convertir el blog en un cubo de recogida de vómitos psicológicos y, sin embargo, aquí voy. Como diría Chabela, estoy haciendo un «captatio benevolentiae», o «provolone parmeggiano», o algo así, lo que vendría a significar: estáis a punto de tragaros algo que no me gusta, un poco de paciencia, por favor.

Estos días, he podido constatar que hay dos tipos de profesores de literatura (o de escritura, para ser más exactos): los profesores con vocación docente, y los críticos de literatura metidos a profesores. Por supuesto, toda generalización, como lo es en esencia una polarización, entraña cierta injusticia y ésta no va a ser menos. Aunque lo bueno de reducir todo a dos extremos opuestos es que siempre se puede camuflar la simplificación diciendo que, entre uno y otro polo, hay una amplia gama de grados intermedios que varían progresivamente en ambas direcciones. De este modo, cualquier caso que no cumpla rotundamente con las características de uno de los extremos siempre se puede enmarcar en una de las vagas gradaciones intermedias.

¿Y, en qué se diferencian ambos tipos? Creo que las diferencias se pueden reducir a cuatro puntos:

1.- El profesor con vocación docente suele impartir sus clases con un guión bien definido; tiene un conjunto de conocimientos que transmitir y, consecuentemente, su cometido sería inviable si no conociera bien el temario. Además, considera que la materia es necesaria para los alumnos, o cuando menos, importante en alguna u otra medida, así que no escatimará tiempo ni esfuerzo en hacer entendibles los conceptos que la componen, del primero al último, sin sacrificar ninguno. En cambio, el crítico metido a profesor, como experto en la materia que es, no necesita un guión de trabajo; él es el temario. En el más optimista de los casos tendrá un esquema, o unas pautas, que probablemente no habrá confeccionado él, sino la dirección del centro formativo para el que trabaje, y que, lógicamente, ignorará cuando crea oportuno, o a las que dedicará un corto tiempo dentro de las clases, pues él tiene otras cosas más importantes que enseñar, normalmente relacionadas con su experiencia literaria.

2.- El profesor docente, al corregir los trabajos de los alumnos, tratará siempre de revisar si éstos han aplicado correctamente los conceptos que pretende enseñar. Es cierto que a veces esta apreciación puede tener cierta subjetividad, al fin y al cabo, en cuanto pasamos cualquier cosa por nuestra óptica de visión lo estamos subjetivando, pero aún así, el docente intentará centrarse en los conceptos y en cómo el alumno los intentó aplicar; y, si por casualidad (o no), el docente hallara verdaderos signos de talento en algún trabajo, lo manifestará con sencillez, de forma directa y clara, con mayor o menor entusiasmo según sea su carácter, y dejando el mérito enteramente al autor. Por su parte, el crítico, al efectuar correcciones, proporcionará una visión única del ejercicio; descubrirá en el texto aristas desconocidas incluso para su creador, aspectos geniales que sólo él, con su gran bagaje literario, es capaz de desentrañar. Añadirá, además, todo tipo de referencias a otras obras literarias, o cinematográficas, de autores consagrados, convirtiendo un ejercicio de clase en una pequeña obra de arte, si se puede ser más pretencioso, porque en sus clases se aspira a lo más alto, a la Alta Literatura. ¡Qué fácil es dejarse llevar por tales lisonjas!

3.- En tercer lugar, el profesor docente, en su calidad de enseñador, acudirá a clase porque es su trabajo, le pagan por hacerlo, y, en consecuencia, aparcará su vida personal fuera de las aulas; sus estudiantes no tienen porqué convertirse en sus amigos y, al final del curso, con toda probabilidad, sabrán poco o nada de la vida del profesor más allá de las cuatro paredes del aula. En cambio, el crítico, expandirá su ego en la clase, para mayor asombro de los discípulos, y consumirá largos períodos del tiempo, que deberían estar destinados a impartir la materia, hablando de sus experiencias personales, de sus amistades en el mundo de la literatura (o el cine), de su sagacidad a la hora de juzgar a tal o cual autor, y también de la hipersensibilidad neurótica y la falta de calidad humana de aquellos que no aceptaron de buen grado sus críticas; incluso, dependiendo del grado de egolatría del crítico metido a profesor, entrará en el terreno privado de sus relaciones personales, de ordinario tortuosas, y no dudará en hacer partícipes a los estudiantes de sus miserias sentimentales.

4.- Por último, en cuarto lugar, la más deprimente de las diferencias. Con el profesor docente, el alumno tiene la posibilidad de aprender a escribir. Cierto es que la actitud de uno (pues me considero estudiante) es fundamental: sin un talante receptivo y humilde es muy difícil sacar nada en claro de cualquier curso, sea como sea el maestro; pero, en mi opinión, la única oportunidad de mejorar y de desarrollar el talento propio, caso de tener alguno, es con un profesor con vocación de enseñar. Ahora bien, éste, no puede, ni podrá jamás, echarnos una mano en el sueño de convertirnos en escritores profesionales; no puede mediar por nosotros ante ninguna editorial, o productora, y sus valoraciones, por positivas que sean, nunca trascenderán el ámbito académico. En cambio, aquí, en la esfera extra académica, es donde el crítico metido a profesor cobra su pleno sentido. Éste sí conoce a gente de las editoriales, a periodistas del sector, a escritores profesionales, su blog lo leen personajes bien conectados del mundillo, y un día, después de la clase, tomando una cervecilla y escuchando cómo el tipo arregla el mundo, ahí es donde se puede sacar partido del dinero invertido en el curso y obtener una recomendación, un teléfono o una ayudita en términos más generales. Además, como el crítico, aunque metido a profesor, continua ejerciendo de crítico, podría llegar a pasar que el texto de uno de sus ex alumnos llegara, por ventura, a sus manos y entonces, si el estudiante ha sido lo bastante hábil, en especial desarrollando la técnica de la palmadita en la espalda durante las copillas en horario extra lectivo, podrá obtener una valoración de lo más positiva de su trabajo, independientemente de la calidad intrínseca del mismo, con la consecuente ventaja que ello supondrá sobre otros trabajos de potenciales escritores que no aprendieron a tiempo que lo más importante del curso empezaba después de las horas de clase.

En fin, ya está, ya lo he dicho, y me he quedado tan a gusto, lo reconozco; aunque admito que, en el fondo, me consume la amargura de saber que nunca seré hábil en el campo del networking, el anglicismo con el que se designa hoy en día al arte de adular. Respecto al otro ámbito, el de verdad, el de escribir, pues no sé si tengo talento, o si lo aprehenderé algún día, así que seguiré los sabios consejos de Encarna y me dedicaré a disfrutar de la aventura de crear sin importarme adónde me lleve, porque necesito paliar una inquietud que sólo aquellas personas (los «correligionarios») que la comparten la pueden entender.

Hasta la próxima.

5 comentarios:

  1. Nada que añadir. Si puediera añadir o colgar o postear o como se venga denominando, un sonido, al hacer doble click sobre el documento oirías un aplauso.

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  2. ¿No confundes el sustantivo* "crítico frustrado" con el concepto "artista frustrado" ?

    No se porqué me meto aquí, es demasiado endogámico.

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  3. Lamento haber tardado en volver a comentar...

    Sólo quería decirte que entiendo lo que dices. Y la diferencia entre alguien que hace su trabajo por vocación y otro que sólo quiere expulsar su frustración profesional y/o personal sobre el que viene atrás, puede trasladarse a cualquier situación o ámbito profesional.

    Me encanta tu comparativa. Estoy totalmente de acuerdo.

    El mundo está lleno de gente frustrada...

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  4. Parafrasearé precisamente a Manuel Vicent que a su vez dijo -en una famosa conferencia- unas palabras de Berckeley (no sé si lo escribo bien) "Existimos porque vemos pero también porque nos ven". Esa cita la utilizaba para referirse al portero de su casa que no le saludó hasta que no lo vio en la tele, porque había ganado no sé qué premio con una novela. Hay gente la pobre que está tan preocupada por que la vean que no se ven a sí mismos. Resulta que algunos para hablar de los otros le cogen hasta la voz.
    Siento-y lo digo sinceramente-haber influido en la reputación de nadie, que sigue sin ver ni escuchar a los demás. No puedo evitar una sonrisa en mi perversa mirada. Un abrazo a todos.

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  5. almenys tu tens amb què desfogar-te... però tinc curiositat per saber d'on ve aquesta persecució teva pel professorat, jeje... visca l'exigència justa! i, si us plau, no deixis mai d'escriure...

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